El dilema irresoluble de la privacidad

El dilema irresoluble de la privacidad:
A bit closer...Creo que estamos asistiendo a un dilema irresoluble: el de la privacidad. Por una parte, muchas voces con criterio reclaman respeto por la privacidad de nuestros datos en Internet. Por la otra, hordas de individuos se lanzan a compartir su vida en el muro de Facebook o en los 140 caracteres de Twitter. La privacidad se sobreexpone y eso, sí o sí, conduce a un riesgo inevitable. Y la solución en origen es evidente: si llevas muy mal el riesgo y no te fías -algo absolutamente respetable- entonces no participes de la fiesta. O sea, olvídate de Facebook, de Twitter y de toda la vorágine en que se mueven las redes sociales en Internet. Ya, como que fuera tan fácil.
El revuelo de las condiciones de uso de Google Drive no es nuevo. No hay que perder de vista la constante pelea que los usuarios mantienen, por ejemplo, con Facebook para que vaya reculando y adopte unas posturas más adecuadas en cuanto al respeto a nuestra privacidad. Pero quien primero decide si abrimos la lata y exponemos lo que hacemos o sentimos somos nosotras, las personas que habitamos este planeta.
¿Qué matiz complica la historia? Que no hay una transacción económica tradicional en los servicios que se nos prestan. La inmensa mayoría de personas que usan servicios de redes sociales en Internet (y todo parece querer convertirse en viral en Internet) no pagan con dinero por el uso que hacen. La moneda de cambio es otra: información de quiénes somos. No te pago con euros sino con materia prima para el negocio del futuro. Ahora lo llamamos big data.
O sea que pasamos a una economía de trueque. No te pago en dinero sino que te doy información. Y la pelea es desigual: tú eres empresa con un poder evidente. Se ve en lo que te valoran en bolsa. Yo, en cambio, soy un ciudadano de a pie que tengo que organizarme con otros semejantes si quiero tener alguna oportunidad en esta batalla. Tú como empresa -Google, Facebook, Twitter o quien seas- tienes que ganar dinero y para ello necesitas mi información. No me cobras como solía ser habitual. En la economía de la gratuidad este término nos confunde. No es gratis; es solo que la moneda de cambio es otra: información.
¿Hay que huir de la nube? Me temo que vamos de cráneo. La “propiedad” sobre tu información hace tiempo que se ha convertido en un dilema irresolube. Al viajar en digital admite copia perfecta y a un coste que tiende a cero. Léete las condiciones de uso que has firmado con cada gran proveedor tecnológico. Y luego decide. ¿Quieres bajarte del mundo en que vivimos? En fin, espero que la extimidad no arrase. Me conformo con eso, con que no arrase.

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